Carlos
Perea Sandoval.[1]
Históricamente
en América Latina y del Caribe, La educación ha sido manipulada por las élites
hegemónicas que desde posturas de poder,
ligadas a la economía, han estructurado un modelo que les garantice su
perpetuidad. Es así como las prácticas
imperialistas han centrado todos sus
esfuerzos en invisibilizar los conocimientos, la cultura, la política y los
procesos educativos locales propios de
las sociedades que pueblan los países de esta región del planeta.
Desde
esta concepción de la educación surge un
colonialismo ligado en la relación entre raza y saber, fundamentado en la
primacía de una racionalidad eurocéntrica. A este respecto, muy
acertadamente Eze (2001), llamó a esta
tentativa como el “color de la razón”.
La
promoción de este enlace entre raza y saber, a lo que Eze (2001) se refiere
como “el color de la razón”, se encuentra
claramente en el pensamiento que, desde el siglo XVIII ha venido
orientando la filosofía occidental y la teoría social. Tal vez el ejemplo más
destacado es el de Inmanuel Kant, quien en su antropología filosófica señala
que “la humanidad existe en su mayor perfección en la raza blanca… Los negros
son inferiores y los más inferiores son parte de los pueblos [nativos]
americanos (Kant citado por Eze 2001:213)
Catherine
Walsh (2004) desde la perspectiva de las ciencias sociales denuncia este mismo
fenómeno, al advertir como las ciencias sociales han sido asaltadas dese
concepciones imperialistas.
En
América Latina, como en otras partes del mundo, el campo de las ciencias
sociales ha sido parte de las tendencias neoliberales, imperiales y
globalizantes del capitalismo y la modernidad. Son tendencias que suplen la
localidad histórica por formulaciones teóricas monolíticas, monoculturales y “universales”
y que posicionan al conocimiento científico occidental como central, negando así o relegando al
estatus de no conocimiento, a los saberes derivados de lugar y producidos a
partir de racionalidades sociales y culturales distintas. Claro es que en esta
jerarquización, existen ciertos supuestos como la universalidad, la neutralidad
y el no lugar del conocimiento científico hegemónico y la superioridad del
logocentrismo occidental como única racionalidad capaz de ordenar el mundo.
Es
desde esta óptica que podemos abordar la colonialidad del saber impuesta a los
pueblos latinoamericanos y caribeños, que
con sus mecanismos de exclusión, presentes en el discurso impuso la hegemonía
del pensamiento europeo. Esta colonialidad “No sólo estableció el eurocentrismo
como perspectiva única de conocimiento, sino que al mismo tiempo, descartó por
completo la producción intelectual indígena y afro como “conocimiento” y,
consecuentemente, su capacidad intelectual.” (Walsh, 2004).
Es
así como aquí surge uno de los problemas que debe abordar la educación latinoamericana
y del caribe: ¿cómo decolonizar el saber que se promueve en la escuela y cómo
incorporar los saberes propios en la construcción de una identidad que cómo
región y país nos haga libres y promotores de humanidad?
Abordar
el tipo de educación que requiere los
pueblos de América Latina y del Caribe implica el reconocernos como sujetos
históricos, que contamos con nuestra propia racionalidad ligada a una realidad
particular. Así mismo, reconocernos como sujetos integrales en el cual el
cuerpo, la emoción y la razón están estrechamente ligados a la naturaleza, es
decir, romper con el antropocentrismo y vincular la ecosofía.
Es
necesario modificar el modelo educativo con el
que se viene actuando, ya que en este modelo, a
partir de técnicas gubernamentales, explicitadas dentro de la anatomopolítica
y la biopolítica, propicia la formación
de un ciudadano dentro de la concepción de democracia liberal burguesa y un
sujeto productor y reproductor, desde las posturas del modelo del capital. (Perea, 2011).
En
esta tentativa para modificar el modelo educativo, el movimiento pedagógico
Latinoamericano y del caribe, ha generado reflexiones desde la sociología, las
artes, la literatura, la política, la economía,
las ciencias sociales y la educación, propiciando el surgir de un pensamiento y acción de resistencia, propiciadores
de una nueva esperanza. Es así como
resulta imprescindible conocer y divulgar la obra y pensamiento de diferentes
intelectuales orgánicos, que han luchado y luchan por ver a una América Latina
y del Caribe libre, soberana y en paz.
En
este contexto, podemos enmarcar la obra de
Dereck Walcott, Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrea Infante, Paulo
Freire, entre otros. Al respecto Hurtado (sf)
nos muestra el siguiente panorama:
Instalados
entre los países que reclaman su soberanía, nos encontramos con que las materias
primas que –ayer como hoy- provenían en abundantes proporciones (oro, plata,
caucho, guano, suelos feraces, maderas, petróleo, gas y agua, entre otros)
marcaron la pauta en la política educativa. Se hizo buena la máxima del gran
inversor que educar a los pueblos era peligroso. Por lo que seguimos viendo
allende los mares a quienes podían
instruirnos en las artes y oficios que le interesaban al explotador. Maestros
como José María Arguedas, María Isabel Carvajal, Justo Aresomena, Juana Manso,
Eugenia María de Hostos y Gabriela Mistral se convirtieron en personajes
incómodos porque sus enseñanzas reivindicaban las preces de la
autodeterminación y la justicia social. (Hurtado, sf. p.2)
Entre
esta apertura a la resistencia a todo tipo de colonialismo, se destaca el
trabajo de Dereck Walcott quien reivindica
el ser caribeño, mostrando como en éste se
sincretizan diversas culturas, razas, costumbres y formas de raciocinio. De igual forma el poeta antillano, denuncia
el papel que ha jugado las prácticas colonialistas e imperialistas en la pretendida
desarticulación del ser caribeño:
Reduzcamos
mentalmente a Asia a estos añicos: Las pequeñas exclamaciones blancas de los
alminares o las bolas de piedra de los templos entre los cañaverales; comprenderemos entonces el
autoescarnio y desconcierto de aquellos que sólo ven parodias en esos ritos, e
incluso parodias degenerantes. Esos casticistas tratan dichas ceremonias como
los gramáticos a un dialecto, las ciudades a las provincias y los imperios a
las colonias.
Memoria
que anhela unirse con el centro, miembro que rememora el cuerpo del que ha sido
separado, como los muslos de bambú del dios. O, lo que es los mismo, la manera
en que son vistas aún las Antillas: ilegítimas, desarraigadas, mestizadas. Para
citar a Froude: “no hay gente allí en el sentido auténtico de la palabra. “No
hay gente. Fragmentos y ecos de gente real; gente nada original, quebrada.
(Walcott, 1992. P.2).
En
su pensamiento, expresado en el discurso de aceptación del premio Nobel en el
año de 1992, Walcott deja entrever cual debe ser el papel de la educación y
liga este papel a la necesidad de restaurar nuestra identidad cultural, basada
en dos firmes acciones de humanidad: el amor y el arte.
Cuando
se rompe un jarrón, el amor que vuelve a juntar los fragmentos es más fuerte
que aquel otro que no valoraba conscientemente su simetría cuando estaba
intacto. La cola que pega los pedazos es la autenticación de su forma
originaria. Un amor análogo es el que vuelve a reunir nuestros fragmentos asiáticos y africanos. La rota
reliquia de familia que, una vez estaurada, enseña blancas cicatrices. Esta
reunión de partes rotas es la pena y el dolor de las Antillas, y si los pedazos
son desparejados, si no encajan bien, guardan más dolor que su figura
originaria: esos íconos y vasijas sagradas que nadie aprecia conscientemente en
sus atávicos lugares. El arte antillano es esta restauración de nuestras
historias hechas añicos, nuestros cascos de vocabulario, lo cual convierte a
nuestro archipiélago en un sinónimo de los pedazos separados del continente
originario. (Walcott, 1992).
Esta opción liberadora que se le presenta a la
educación debe partir estructuralmente
desde la recuperación de la memoria y la imaginación, con el propósito de develar las prácticas
colonialistas que aún persisten en nuestros días y en su lugar provocar el autoreconocimiento
como seres ligados a una realidad en donde se entrelazan la naturaleza, el arte, el amor y la
libertad. En este sentido, García
Márquez resalta el papel que la memoria
y la imaginación han jugado en la construcción del ser latinoamericano:
Me
atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión
literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las
letras. Una realidad que no es de papel, sino que vive con nosotros y determina
cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un
manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este
colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la
suerte. Poetas y méndigos, guerreros y malandrines, todas las criaturas de
aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor
para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para
hacer creíble nuestra vida. Éste es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Por
lo tanto, la educación en América Latina y del Caribe debe estar enfocada hacia
provocar la imaginación con el fin de desvertebrar y desterrar la soledad de la
cual nos habla García Márquez
América
Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío ni tiene nada de quimérico que sus designios de
independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No
obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias
entre nuestras Américas y Europa parecen haber aumentado en cambio nuestra
distancia cultural. ¿por qué nuestra originalidad que se nos admite sin
reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en
nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? (García M, p.27).
…
Pero muchos dirigentes y pensadores europeos
la han creído con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las
locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que
vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño
de nuestra soledad. Sin embargo, frente a la
opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. (p.28)
En
este llamado a hacer de la educación latinoamericana y del caribe un espacio de
autenticidad, que partiendo de nuestras realidades permita la construcción de
un sujeto en libertad y dignidad, se
enmarca la propuesta de Hurtado (sf), al plantear:
La
escuela no obstante su adscripción al modelo dominante, ha sido un semillero de
resistencia frente al sistema. Los
maestros de este inmenso territorio han abonado la conciencia del pueblo para
forjar etapas de su plena liberación y para construir la sociedad más justa que
todos merecemos y necesitamos. La lucha –en el plano de las ideas e incluso más
allá- contra la instauración de las tesis excluyentes y de dominación y la
conformación de una clara conciencia
anti imperialista son claros ejemplos de lo que queremos señalar. Mario
Briceño Iragorry nos ilustra al respecto cuando dice: “La mejor respuesta al imperialismo reside en el nacionalismo”. (p.2)
Para
hacer efectiva una educación que responda a los intereses de los pueblos
latinoamericanos y del caribe, es imprescindible que esta educación promueva los
discursos decolonialistas, específicamente los relacionados con las prácticas
colonialistas del saber que aún persisten en pleno siglo XXI.
Es
necesario denunciar críticamente las
políticas educativas que desde Europa y Norteamérica se vienen aplicando en
nuestros países, con el consentimiento de gobiernos que responden a los
intereses de las transnacionales. Políticas educativas diseñadas en el consenso
de Washington y los acuerdos de Bolonia,
que impulsan una educación por competencias y modelos flexibles, ligados a los
intereses de la gran industria y el capital financiero.
En
resistencia a estas políticas ajenas a nuestra realidad, el movimiento
pedagógico latinaomericano y caribeño, y cada persona que tenga compromiso con
una nueva educación, debe adelantar procesos encaminados a repensar la
educación en estos países, tomando como ejes centrales la recuperación de la
memoria, la incorporación de la imaginación, el reconocimiento de nuestra
identidad, el reconocimiento de nuevas racionalidades, los derechos humanos
integrales, el sujeto histórico y la construcción de humanidad.
[1] Doctor en Sociología Jurídica e
Instituciones Políticas de la Universidad Externado de Colombia.